miércoles, 30 de junio de 2010

Parte Médico....y Palmera y Mar


Al fin, después de mucho tiempo, anoche he podido dormir mejor, sólo desperté dos veces pero pude dormirme otra vez.Bueno, tal vez no sea una gran noticia para publicar, pero hace tanto que no descanso…y como quiénes se acercan a este rincón suelen preguntar por cómo sigue la salud, pues les contaré.

Vengo luchando desde hace bastante con algunos síntomas nuevos: me molestan mucho las piernas y hace tiempo que no duermo bien por esas molestias, pensé que era circulatorio nada más pero no puedo tenerlas quietas por las molestias y cuando trato de dormir es peor, me dan puntadas y se sacuden fuerte, me queman, el hormigueo en los pies es permanente e intenso. Tengo fuertes espasmos musculares, contracciones violentas en cualquier parte del cuerpo, eso también me despierta cuando logro dormirme.

Tuve que recurrir a la Neuróloga, diagnosticó una Polineuropatía (*), y dentro de eso, como parte del cuadro, un Síndrome de Piernas Inquietas (**), dijo que está muy relacionado con todo lo que me pasa y con todos los antecedentes. Me dio un remedio con mucha cautela para ver cómo respondo y me ayudó bastante, calmó los dolores y molestias y por eso pude dormir. No cura la enfermedad, esta también es crónica (habrá que adaptarse a esta también), pero alivia los síntomas. Ojalá siga así y lo tolere bien. Sólo quiero que me ayuden a aguantar un poquito más…ya tenemos la línea de llegada frente a nuestros ojos, en breve el clamor y dolor no serán más (Rev.21:4).

La hipertensión estuvo incontrolable: 18, 19, 20 y sobreviví a un pico de de 24/12, ahora tengo que estar más en cama, a pesar de que sólo me levanto para sentarme en la silla de ruedas camita, entre la PC y la cama. Hay muchas cosas más pero es largo de contar.

Aunque es invierno por aquí y estoy envuelta en mantas, tejidos y ponchos, vi la foto de una palmera, la que puse arriba, y mientras la miraba surgió esto que les dejo aquí:

Palmera y Mar

Espera en Jehová; sé animoso,
y sea fuerte tu corazón.
Sí, espera en Jehová.
(Salmo 27:14)

La palmera, arraigada en playa de blanca arena,
inclinó su pesado tronco para el mar besar
.Los fuertes vientos tropicales la doblaron
y pasa sus noches en diálogo con cristalinas olas
que a veces se encrespan para sus hojas tocar.

Tal vez sea sólo una postal habitual
del paisaje tórrido donde afincada está.
Pero al pasar por su lado
mil historias me quiso contar.

Me habló de rojos atardeceres
y noches de plenilunio;
de los cantos de amigos
alrededor de chispeantes fogatas,
y del solitario que a su tronco sube
a esperar que despunte el alba,
sumido en profundo diálogo
con Quien hizo el Mar.

Yo también, como la palmera,
las raíces tengo en tierra…
y los ojos en el mar.
Vientos fuertes me doblaron
pero aprendí a escarbar en la arena
y tesoros encontrar.
Sigo arrullada por mensajes
que espumosas olas desde lejos traen.
Todas me hablan de esperanzas,
de cielos rojos que aún no vi,
de noches de luna inmensa
que a las escondidas juega
y de a poquito va apareciendo
donde termina el mar.

Sí…hay mil paisajes que aún no vi….
bueno…pero los llevo en mi.
Son cosas que los vientos que
arrecian no pueden despojar.
Nos pueden doblar…
pero no dejamos de esperar…
Esperar en Jehová:
El Majestuoso que hizo el Mar…

Dáleth
30-06-10


Un cálido abrazo desde mi pequeño rincón...yo también como las olas, me acerco a sus playas para mi mensaje con cariño dejar…




(*) Polineuropatía inflamatoria crónica:
http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/000777.htm

(**) Síndrome de Piernas Inquietas:
http://www.institutferran.org/piernas_inquietas.htm

viernes, 25 de junio de 2010

"Como los días de un árbol..."

“Llegará a ser como un árbol plantado al lado de corrientes de agua, que da su propio fruto en su estación y cuyo follaje no se marchita, y todo lo que haga tendrá éxito.” (Salmo 1:3)
¿De quien dice eso el salmista?....de quien se ´deleita en la ley de Jehová, y día y noche lee en su ley en voz baja.´ (Salmo 1:2)
Sí, cuánto tenemos que agradecer que esas corrientes de agua de la verdad fluyan tan abundantemente y nos conserven vivos y renovados por dentro, sin importar la aridez del desierto de estos días previos al Paraíso anhelado.
Siempre recuerdo a los hermanos que están privados de su libertad por mantener integridad, pienso en ellos y sus familias y oro que Jehová les supla lo necesario para cada día y fortaleza para aguantar.
Ellos de manera particular son refrescados y sostenidos por los dichos de Jehová y su ley, privados de reunirse con sus hermanos, son como árboles en tierra árida que profundizan sus raíces en busca de aguas subterráneas…esas aguas que ellos almacenaron en tiempo favorable mediante el estudio y hoy los sustentan.

Días atrás Damita nos comentaba datos muy interesantes que se mencionaron en una clase de Arqueología, sobre árboles milenarios y los métodos de datación científica para conocer su edad. Y como un eco desde lo antiguo resonaron las palabras registradas por Isaías:. . .”Porque como los días de un árbol serán los días de mi pueblo”(Isaías 65:22)
Qué garantía tan alentadora, en especial cuando nos sentimos sólo una mecha de lino que humea, que lucha por mantener viva su tenue llamita.

Buscando información sobre los árboles, encontré algunos datos curiosos, como este:
“El árbol más aislado del mundo era la famosa acacia del Ténere, en el Desierto del Sahara, a más de 400 km de los árboles más cercanos. Fue destrozada por un conductor ebrio en 1973.
Durante el invierno de 1938 a 1939 se cavó un pozo cerca del árbol y se encontró que sus raíces alcanzaban un manto freático ubicado entre 33 y 36 metros de profundidad.” (Wikipedia)

¡Pobre arbolito! Era el único árbol en 400 km a la redonda, en medio de la nada…y ¡zas!...¡un camión se lo llevó por delante!
Bueno, dejando de lado el nefasto fin de la acacia, es de destacar cómo se mantenía con vida, hundiendo sus raíces entre 33 y 36 metros hasta alcanzar el agua subterránea.

Y con nosotros pasa algo similar….cuanto más áridas y duras las circunstancias en que estemos plantados, más debemos profundizar en la riqueza y sabiduría de Jehová para mantenernos vivos y renovados por dentro.Así, es que “no nos rendimos; más bien, aunque el hombre que somos exteriormente se vaya desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose de día en día.” (2 Corintios 4:16)

Hablando de desgaste, llevo días luchado con una infección en la garganta y tos, (sobre que no tengo fuerzas para toser). A eso se suma la hipertensión que no cede pese a los medicamentos; casi no puedo dormir ni descansar por unas molestias terribles en las piernas y muchas cositas más que me tienen como plantita marchita…pero sólo por fuera…por dentro, seguimos barnizando los pensamientos con la paz que Jehová da.

Hoy estoy un poquito mejor que ayer, así es que ya empecé a tejer alguito, voy a tratar de hacer un ponchito como el que tejí anteriormente pero no para mi, quienes lo vieron preguntaron si no lo hacía para vender…así es que ...ya tengo trabajo!, jeje. Mientras tejo escucho el audio de las revistas, cánticos, etc, para seguir nutriendo las raíces en mi pequeña parcela.
Y ya que hoy de árboles hablamos, nada más oportuno para regalarles que este bello y profundo poema:


Árbol

Quiero ser como el árbol que acepta su destino
y admite la prudencia de apegarse a su predio.
No me arrastra la huída constante del camino;
me hago firme ante en viento para vencer su asedio.

Del mundo, que es inhóspito como un desierto raso,
veo venir caminantes con expresión sombría,
y mi sombra se alarga alfombrando sus pasos,
y enguantando la garra sudorosa del día.

Mi corteza, curtida de intemperie y aguante,
vibra con la pureza de una savia muy viva,
al dar extravertido en la sombra abundante
lo que se forja a oscuras, en la raíz cautiva.

El árbol siempre espera lo que trae el camino;
es dádiva altruista, sin reservas en la entrega.
Si hay bulla y oropeles en el solar vecino,
él restringe su impulso y a su tierra se apega.

Con pocos elementos se modeló mi historia
que ha superado todo lo que pude anhelar:
Dios, la Biblia, una senda sin fracaso ni gloria,
muchas manos amigas y un rincón para orar.

Con unas pocas cosas tengo mis credenciales:
mi fecha de bautismo, mis libros subrayados,
la simiente esparcida sobre muchos eriales,
y un nombre en los registros del pueblo dedicado.

Mi título más alto me lo dio el Dios que alabo
cuando a su antiguo pleito me llamó por testigo;
desde entonces defiendo de oprobio y menoscabo
la honra indisputable de mi supremo amigo.

Sin recorrer el mundo ni dispersar mi fuerza,
en mi estar rutinario encontré mi lugar.
Mi pelo está agrisado, mi frente ya no es tersa,
mas, corazón adentro, brota el gozo de dar.

Quiero ser como el árbol que afirma mientras crece
su inalterable gesto de bondad imparcial,
y en su sencillo ciclo se prodiga y florece,
como parte integrante del paisaje habitual.

Álef Guímel
(Del libro “Reflexiones de un Guijarro”)



Un abrazo muy fuerte, con inmenso cariño, de este arbolito plantado muy cerca de ustedes….

sábado, 19 de junio de 2010

Una Vendimia en el Paraíso



“Durante todos los días que continúe la tierra, nunca cesarán siembra y cosecha.” (Génesis 8:22)

Ésa garantía de Jehová nos permite imaginar lo que serán los tiempos de siembra y siega en el Paraíso, cuando ya todo el esfuerzo y trabajo no se vea frustrado por el mal tiempo, ya sea sequía o inundación ni ninguna otra cosa que pueda privar al hombre poder ver el bien por todo su duro trabajo.
¿Se imaginan el tiempo en que, con la bendición de Jehová, podamos dar la bienvenida a los que vayan resucitando cada día? Esas dos cosas: el tiempo de la cosecha y la resurrección se narran bellamente en este relato...Vamos a disfrutar por anticipado de lo que sería:


UNA VENDIMIA EN EL PARAÍSO


Narración de algo que podría
acontecer un día cualquiera,
de una década cualquiera,
dentro del próximo milenio.

El sabio rey Salomón dijo aquellas palabras inspiradas que nunca dejarán de ser una verdad práctica: “La mejor cosa que yo he visto, la cual es bella, es que uno coma y beba y vea el bien por todo su duro trabajo...” (Eclesiastés 5: 18).

La vendimia cada año es una confirmación de esas palabras; es el triunfo de nuestro duro trabajo; es un estallido de alegría compartida; una ocasión para comer y beber juntos expresándole al Creador de la tierra nuestro gozo por lo que hemos logrado. Es verdad, cada uno tenemos nuestra porción de tierra asignada nuestro hogar y nuestra familia, pero el trabajo y el fruto es de todos. Hemos conservado el espíritu de comunidad que tenían las congregaciones antes del Armagedón y no sólo nos reunimos para estudiar sino también para compartir todas las cosas que requieren pluralidad de brazos.

En nuestra pequeña comunidad, cuando llega el tiempo de la cosecha, vamos de viñedo en viñedo hasta que el total del trabajo en la región se termina y luego gozamos de una fiesta en el último campo vendimiado.

Este año le tocó a la casa de José Fernández convertirse en un avispero de actividad para celebrar la culminación de nuestra labor de vendimia. Hemos decidido armar las mesas formando un gran semicírculo en el jardín del frente, bajo los árboles. La casa, acogedora y señorial, rodeada de una balaustrada de mármol blanco, tiene una amplia escalinata de entrada que ha de servir de plataforma. Todos tendrán a la vista el grupo de músicos que alegrará la fiesta y el acto artístico que se llevará a cabo después de la cena.

El verano está declinando. Sus tardes largas y serenas regalan nuestros ojos con deslumbrantes cuadros agrestes. La mirada se pierde entre los exuberantes viñedos y los huertos cargados de fruta. Tenemos muchas dalias con qué adornar las mesas, de todas las variedades y colores, y como símbolo de nuestra prosperidad, las veinte clases de uvas que se cultivan en la región.

Las mesas deben proveer lugar para más de doscientas personas porque desde muy temprano han estado llegando noticias de varios recién resucitados en la comunidad que vendrán con sus familiares a la fiesta. ¡Qué día especial para el comienzo de una nueva vida! Un clima de expectativa nos pone alas en los pies.

¡Cuánta belleza tiene nuestra sección del Paraíso restaurado! Sentimos la responsabilidad de cuidarla como antes sentíamos la de predicar el Reino. El viraje de la historia que borró todo rastro del mundo anterior convirtió el cultivo de la tierra en un deber conectado con la adoración del Creador. Por el camino que bordea las fincas están llegando los alegres grupos. Traen sus instrumentos musicales y manjares para la mesa. El jardín de los Fernández se va llenando de voces y risas, de rostros alegres y presencias cálidas. Hay momentos en que el gozo es tan profundo que humedece los ojos.

Al hacer la oración de gracias antes de la cena, el dueño de casa expresó el aprecio de todos por las buenas cosechas, evidencia de la bendición de Jehová. Agradeció a Dios que ningún trabajador se hubiera lastimado y nada lamentable causado por la imperfección humana, aún no dominada del todo, hubiera empañado nuestra alegría. Al oírlo decir eso nos sorprendimos, pues hacía tantos años que no sucedía algo así que ya estábamos dándolo por sentado, como si no pudiera suceder. También dio gracias a Dios por la felicidad de las familias que acababan de recibir a sus amados mediante el milagro de la resurrección.

Al tiempo de los postres se empezó a oír el rasguear de las guitarras y un anticipo de violines que se templaban. Luego, todos cantamos a coro fragmentos del Salmo 104 y, en ese marco, sus palabras tenían un realismo conmovedor. Como es ya tradicional en estas fiestas, se presentó como primicia una canción que los jóvenes compusieron a propósito para la ocasión. Sin duda se va a convertir en un éxito porque tiene una melodía que se pega al oído; con seguridad que mañana vamos a estar todos tarareándola durante nuestros quehaceres. Se titula “Vendimia Feliz”.

Después de un rato de entretenimiento musical, José Fernández pidió que subieran de a uno a la escalinata los nuevos miembros de la comunidad que acababan de llegar del Seol, que se presentaran por nombre y nos contaran algo de su vida en el viejo orden de cosas. Algunos de ellos no tenían mucho qué decir; habían vivido vidas comunes y habían muerto en una cama, víctimas de alguna enfermedad. Todos sin excepción expresaron su enorme gratitud a Jehová por la oportunidad de volver a vivir en un ambiente tan hermoso. El relato de un joven nos dejó mucho en qué pensar.

— Quiero pedirle algo a los músicos. Por favor, cuando yo termine de hablar, toquen alguna melodía muy alegre y déjenme bailar un poco.

— ¡Por ahí se deduce que fuiste buen bailarín! —gritó alguien desde la mesa.

— ¡Qué bueno si hubiera podido serlo! Pero es muy distinta mi historia. Empezaré desde el principio: Yo era un niño de diez años cuando un día los maestros de mi escuela anunciaron que nos llevarían a una excursión. Fuimos a un parque en una localidad distante para jugar al aire libre y recibir algunas nociones sobre la flora del país. Fue un día hermoso con un saldo triste. Cuando veníamos de vuelta, cantando mientras mirábamos la puesta del sol desde las ventanillas del tren, pasó algo de lo cual tengo sólo una vaga impresión.

Mis recuerdos más precisos parten desde un momento en que me recobré de un desmayo oyendo voces, gritos y quejidos. No podía incorporarme. Sentía mucho peso sobre mí; mis manos palpaban hierros y maderas en la densa oscuridad. Veía rayos de luz, como provenientes de linternas atravesando la confusa escena.

De pronto, la luz dio directamente sobre mi cara obligándome a parpadear. Una voz de hombre gritó: —aquí hay uno que está con vida—. Varios acudieron y empezaron a mover hierros. Por sus cascos reconocí que eran bomberos; sentí que dos brazos me alzaban. De la cintura para abajo mi cuerpo estaba sumido en un dolor indescriptible. Después de esto, otra vez no recuerdo nada. Recobré el sentido en la cama de un hospital.

Un médico bondadoso trató de ver cuánto recordaba del accidente y me hizo muchas preguntas. Me explicó que aquel tren había chocado con otro y que podía considerarme feliz de haber sido hallado con vida. Me di cuenta de que estaba atado a la cama por medio de una correa alrededor de mi cintura. El médico me dijo que me habían hecho una operación muy delicada en las piernas y que me habían atado porque ni en sueños debía tratar de bajarme de la cama, ya que podía arruinar los resultados.

Frecuentemente me quejaba de fuertes dolores en las piernas, y especialmente en los dedos de los pies. Cuando yo decía esto, los que estaban conmigo se miraban con una expresión difícil de definir, entre dolorida y asombrada. Al fin llegó el día en que me anunciaron que esa tarde mi padre me llevaría a casa. A la hora indicada, papá y el médico estaban junto a mi cama. Yo me sentía muy feliz, lleno de expectativa.

El médico me dijo tomándome una mano: —Luisito, antes de que te levantes para irte, tu padre tiene que decirte algo. Ahora nos vas a demostrar que eres un hombrecito y que sabes hacer frente a las cosas más difíciles de aceptar. Yo los miré azorado, sin saber qué esperar. Mi padre transpiraba y estaba pálido. Le costó empezar a hablar; dijo unas pocas palabras, después miró al médico y le rogó: —Siga usted, doctor.

Recién entonces supe que ya no tenía mis piernas. No podía creerlo porque estaba seguro de que las sentía y me dolían. El médico aflojó la correa alrededor de mi cintura para que pudiera incorporarme. Eché a un lado las frazadas y vi que mi cuerpo terminaba en dos muñones. El doctor me explicó que, como el cuerpo está hecho para tener piernas, los nervios, gobernados desde el cerebro, envían mensajes a las piernas como si existieran; por eso yo tenía la sensación de tenerlas y sentirlas. Naturalmente, todo cambió en mi vida.

Tuve que aprender a jugar con juegos de armar, a entretenerme con libros y a manejar un sillón de ruedas. Tuve que resignarme a la idea de que muchas cosas que los chicos emprendían y gozaban me estaban vedadas.

Algo que me trajo un gran consuelo fue el mensaje del Reino. Cuando mi madre empezó a estudiar la Biblia supe que había esperanza para mí. El Salón del Reino estaba a unas diez cuadras de mi casa y mi mamá iba conmigo, ayudándome con la silla de ruedas.

Cuando veía a los jóvenes emprendiendo el precursorado, cuántas veces me dije: — ¡Si yo tuviera mis piernas!

Esta mañana, cuando por la bondad inmerecida de Jehová, me hallé vivo de nuevo, cuando vi que tenía piernas, ustedes no pueden imaginar lo que sentí. No sé bailar, es algo que jamás hice. A lo más podré saltar como un perro cuando está contento, pero déjenme hacerlo para expresar mi alegría.

Porque tengo la impresión de que todo el gozo de mi corazón se me ha ido a las piernas y casi no puedo tenerlas quietas. Los músicos empezaron a desgranar las notas de un vals muy alegre. Luis saltó y brincó, y aplaudimos como si hubiera hecho el mejor número de ballet.

Después de él, otro joven subió a la improvisada plataforma y dijo:

—Hay un enorme contraste entre lo que estoy viendo y el último cuadro que guardaron mis ojos antes de cerrarse en la muerte. Como Luis, quiero contarles la historia desde el principio. Yo fui un niño feliz, que jamás se vio privado de nada. Mi padre era militar; admiraba su uniforme y deseaba ser como él. Insistía en que sólo quería juguetes bélicos, y papá me regalaba revólveres y ametralladoras pequeñas. Iba al dormitorio de mis padres y me extasiaba mirando el retrato de bodas de ellos. Mi madre, vestida de largo traje blanco, envuelta en tules, y mi padre, un joven teniente con uniforme de gala, aparecían bajo las espadas relucientes que levantaban a ambos lados sus compañeros, también uniformados. Yo soñaba delante de aquel retrato con el día en que, ya hombre, caminaría con una novia hermosa tomada de mi brazo, disfrutando de los mismos honores.

Convencido de mi vocación, mi padre me inscribió en el colegio militar y fui un alumno distinguido. No cabía dentro de mí cuando orgullosamente vestí mi primer uniforme de cadete. Pero, antes de que hubiera llegado el día en que pudiera llevar a mi novia del brazo, bajo las espadas alzadas en feliz augurio, sucedió lo que nunca creí que iba a suceder: la guerra estalló de veras. Un sentimiento terrible se despertó en mí. Comprendí que allí terminaba el juego y empezaba la realidad. Y lo peor era que, a pesar de todo lo que había estudiado sobre la guerra en teoría, no deseaba estar en ella. ¿Cobardía? ¡No! ¿Miedo a la muerte? ¡Tampoco! Era algo distinto, algo que me dolía en el fondo de la conciencia. Me preguntaba: ¿Tiene sentido la guerra? ¿Hay ganadores o solamente perdedores?

A medida que se acercaba el día de partir para el frente, la inquietud y el desorden aumentaban en mi mente. No sabiendo dónde hallar alivio fui a la iglesia y confesé al sacerdote mi verdadero estado mental. Él trató de consolarme con la antigua respuesta religiosa: “Morir por la patria es servir a Dios”. —Bien —le dije—, pero... ¿no murió Jesucristo para que todos seamos hermanos?

— ¡Claro! Pero no podemos ser todos hermanos aquí, sobre la tierra. Eso sucede cuando ya estamos en el cielo, porque allá no existen fronteras y para Dios somos todos iguales. Aquí en la tierra, los gobiernos y los límites existen, y eso también es por la voluntad de Dios. Él sabía, al disponer las cosas así en el mundo, que de vez en cuando los hombres tendrían que resolver sus problemas con la guerra y, más que nada, el gran problema que llega el momento en que sobra gente en la tierra. Entonces, la guerra es una forma de alivio que evita males mayores.

Sus palabras calmaron momentáneamente el volcán interior que estaba estallando en mí, pero estuvieron lejos de resolver mis dudas. El día en que debíamos salir para el frente un pastor protestante pidió permiso para repartir ejemplares de una edición de bolsillo de los cuatro Evangelios entre los soldados. El coronel anunció que, aunque la mayoría de nosotros éramos católicos, los que creyeran que les sería útil podían pasar adelante y solicitar un ejemplar. Yo acepté uno, siempre buscando con qué calmar aquella sed espiritual que era nueva en mí. El pastor me deseó bendiciones en mi abnegado sacrificio por la patria y me aseguró que la lectura de los Evangelios me iba a dar fuerzas.

Cuando estábamos en las trincheras varias veces abrí aquel pequeño libro al azar, en cualquier página. Pero ni las palabras ni los hechos de Jesús armonizaban con lo que estaba sucediendo a mi alrededor y yo tenía la sensación de entender las cosas cada vez menos.

Un día, un proyectil me alcanzó y estuve no sé cuánto tiempo tendido en el campo de batalla, sangrando de un costado. Cuando era niño, tenía una caja de zapatos llena de soldaditos de plomo para jugar a la guerra con los otros chicos. Colocábamos tantos de cada lado; luego cada uno daba un golpe al ejército contrario con el filo de la mano y contábamos las bajas. El que volteaba más soldados ganaba la batalla, y el que ganaba más batallas ganaba la guerra. En la guerra real es exactamente así. Ahora, mirando todo alrededor el campo sembrado de soldados muertos, los veía igual que mis soldaditos de plomo, muertos y fríos, aún aferrados a sus armas. Igual que los otros, habían caído también de un solo golpe, bajo el filo de la mano de la fatalidad.

Mi herida sangraba mucho y yo sentía que se me iba la vida. No pude menos que pensar en todo el engaño de mi vida vacía. Si ése era mi fin, ¿qué tenía a mi favor? ¿Qué había hecho de valor sobre la tierra? ¿Qué había hecho mi religión para enseñarme a servir a Dios? Recuerdo que, con mis últimas fuerzas, y llorando con tremenda amargura, le pedí a Dios perdón por la vanidad de mi vida, por no haberlo tenido a él en cuenta para nada y por haberme prestado a hacer un papel en la gran farsa del mundo. Aquella oración me tajo un poco de paz. Allí terminan mis recuerdos.

Esta mañana, cuando tuve la felicidad de volver a ver el rostro de mi madre, supe que aquella oración no había caído en el vacío. Ella me contó que el mensaje del Reino fue lo único que la consoló después de mi muerte y que, por haber llegado a ser parte del pueblo de Dios, estaba allí para recibirme. Al comprender que estaba de vuelta por el milagro de la resurrección, una de las primeras cosas que expresé fue mi deseo de no volver jamás a vestir un uniforme militar. La respuesta de mi madre fue muy reconfortante:

— Jorge, los soldados y los ejércitos ya no existen. Después de que terminó la gran guerra de Dios, todos los habitantes de la tierra nos dedicamos a limpiarla, juntando en montones las armas que habían quedado de las guerras humanas. En grandes fogatas se quemaron todos los vestigios del mundo que nos había oprimido. El viejo sistema que conociste se ha borrado sin dejar marcas ni huellas.

— Por eso al comenzar les dije que lo que tenía delante de mis ojos era tan diferente de mis últimos recuerdos. Al verlos a ustedes ante esta mesa, la paz tiene un sabor maravilloso para mí, como jamás lo tuvo cosa alguna sobre la tierra; y ahora, ruego a Dios que me enseñe a ser digno de ella y me permita disfrutarla junto a ustedes en el futuro eterno. Los ojos de todos lo siguieron cuando descendió y fue a ocupar su lugar en la mesa junto a su madre.


Quedaba una sola persona en el grupo de los resucitados que aún no había subido a la plataforma. Era una hermosa muchacha. Dijo su nombre y parecía que no sabía cómo continuar. Desde la mesa gritaban: “¡Que baile, que cante María Elena!”

— No sé bailar y no recuerdo ninguna canción que valga la pena cantar. Esta noche sólo quisiera quedarme en un rinconcito, mirando lo que ustedes hacen.

— No te apoques, muchacha —le decía José Fernández bondadosamente. Todos somos una gran familia y estamos muy contentos de tenerte entre nosotros. ¿Por qué te sientes cohibida?

— No me siento cohibida; es algo diferente. Sin duda van a comprender mejor cuando les diga que en mi vida anterior nunca tuve la felicidad de ver. Oía hablar de cielo azul y campos verdes, pero eso eran palabras nada más. Me enseñaron a sonreírle a la gente y me decían que el rostro humano es mucho más hermoso cuando sonríe. Palpando mi propia cara comprobaba que la sonrisa estira los labios, marca dos líneas a cada lado de la boca y redondea las mejillas, pero no podía entender por qué eso era hermoso. Hoy al verlos sonreír a ustedes, advierto que cada sonrisa tiene una belleza particular. Jamás imaginé que podía haber una variedad tan grande de gestos y expresiones. Yo nunca hacía gestos, pues al no verlos no sabía imitarlos. Es un idioma nuevo que tengo que aprender, y he estado todo el día fascinada, observando cómo el gesto acompaña a la palabra.

Hoy por fin entiendo lo que significan, cabalmente, distancia, profundidad y altura. Antes, esas cosas abarcaban sólo lo que alcanzaban mis brazos, o lo que alcanzaba mi bastón. Tengo la impresión de que mi vida anterior fue un túnel cerrado al cual no llegaba ninguna luz del exterior. Hoy estoy en el otro extremo; veo el milagro de la luz y el color y sé que estos nuevos ojos que Dios tuvo la bondad de darme, nunca se saciarán de ellos.

La música y las canciones continuaron hasta que los gallos de Fernández empezaron a intercambiar mensajes con los de las fincas vecinas. Pronto el gran semicírculo de la mesa estuvo desarmado. Los grupos se alejaron cantando y riendo, llevándose los últimos ecos de la fiesta. Había terminado otra vendimia.

Al repasarla mentalmente nos dábamos cuenta de que Luis nos había hecho más conscientes de la felicidad de movernos libremente sobre dos piernas sanas. Jorge nos había ayudado a reconocer mejor la bendición inefable de vivir en una paz sin amenazas. Verdaderamente, desde que el arcángel Miguel echó llave al abismo en que yace nuestro principal enemigo, no hemos tenido desgracias, ni epidemias, ni males irreparables, ni cataclismos, ni problemas sin solución; ni siquiera una cosecha perdida. Y esta noche, parecía que todos estábamos mirando la belleza del nuevo Paraíso con deslumbramiento, como la muchachita que recién estrenaba la luz de sus ojos.

¡Qué maravilloso es comprobar que ya no oímos los pasos siniestros de la muerte, que antes nos seguía de cerca! Ahora estamos oyendo los pasos firmes de la vida recorriendo la tierra, despertándolo todo, vigorizándolo todo. Esta noche límpida y serena de un verano que se desvanece, nos separamos pensando que, por la bondad de Jehová, el tiempo que se extiende hacia la eternidad será una sucesión interminable de vendimias felices, como lo expresa la canción que los muchachos compusieron especialmente para esta ocasión:


Vendimias felices,
benditas vendimias que no cesarán...
Jehová lo promete:
La siembra y la siega por siempre serán.



Álef Guímel

(Del libro “Una bolsa de sal y una sonrisa”)



miércoles, 9 de junio de 2010

"Regocíjense en la esperanza"


“Ninguna lágrima rescata el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece... ¡Ay, yo lo sé bien!” ( Juana de Ibarbourou, en "La mancha de humedad".)
Así termina la poetisa uruguaya su relato, describiendo la impotencia y la inutilidad de su llanto al perder sus sueños.
Es cierto, por profundo que sea el dolor por los distintos tipos de pérdidas que todos tenemos en este sistema (afectivas, de salud, económicas, de seres amados, etc,), las lágrimas derramadas, a veces incontenibles como río crecido, no pueden devolvernos lo perdido.Sólo Jehová, quien recoge nuestras lágrimas en su odre…sólo Él puede hacerlo.
Por eso cobran un brillo y sentido especial estas palabras: “Regocíjense en la esperanza.” (Romanos 12:12)
Tal vez alguien pudiera decir:
-¿Cómo regocijarse si el dolor consume?

Sí, es cierto, son muchos los momentos angustiosos. Y Jehová lo sabe. Y aún así inspiró esas palabras al apóstol Pablo. Porque a pesar del dolor, podemos hacerlo, con Su ayuda :
“Para ello debemos mantener constante en el pensamiento la esperanza divina. ¿Reflexionamos con frecuencia acerca de esta esperanza? ¿Nos imaginamos en el Paraíso, llenos de salud, sin inquietudes y rodeados de nuestros seres queridos, efectuando tareas que nos hacen sentir realizados? ¿Meditamos en las escenas del Paraíso que se representan en nuestras publicaciones? Si así lo hacemos, mantendremos limpia la “ventana” que nos brinda tan magnífica vista. Pero si nos descuidamos y no le limpiamos los cristales, el polvo y la suciedad no tardarán en empañar la claridad y el atractivo de la escena, y la vista se irá detrás de otras cosas. ¡Nunca permitamos que nos ocurra eso!”
*** w06 1/10 pág. 28 párr. 9 Esperar en Jehová nos infunde valor ***

Hasta los niñitos que crecen en hogares piadosos, enseñados por sus padres, cultivan esa esperanza viva.Me emocionó recibir un regalo muy especial: un dibujo, el que adjunto arriba, me lo envío por e-mail su mamá, con este mensaje:

“Nancy:Este dibujo te lo hizo mi nena, Luna (6 añitos). Es tu casa en el nuevo mundo, y tu silla de ruedas allá al fondo de "porta maceta", je,je,je y vos cuidando el jardín.Gaby”
¡Qué belleza! ¡Tan chiquita y con una fe y esperanza tan grande!..y cuánto ánimo y consuelo da, ¿verdad?

He estado muy triste porque no pude asistir a nuestra Asamblea de Circuito “Protejamos nuestra espiritualidad”. Otra vez me quedé llorando cuando Waldo y Damita se fueron (mis padres se quedaron a cuidarme, ellos irán al otro circuito).Otra vez me quedé sin banquete espiritual, cuando más lo necesito, sí, porque cuánto más duras son las pruebas más necesitamos fortalecernos y Jehová sabe lo que necesitamos y nos lo da al tiempo oportuno…pero yo me quedo con el plato vacío otra vez….esa sensación que ahoga de que el Carro de Jehová avanza y yo rezagada atrás sin poder alcanzarlo…es muy triste y doloroso. Sí, es otra pérdida. No quiero pensar que esto va a seguir así hasta el final. Siempre guardo la esperanza de que tal vez la próxima asamblea pueda estar, aunque sea un día.
Por supuesto, todo nuevo entendimiento que pudiera mencionarse en los discursos luego saldrá en los artículos de La Atalaya y así todos nos beneficiamos del alimento espiritual. Pero cuánto me gustaría poder estar presente cuando se sirve ese alimento”calentito”, recién servido en nuestras asambleas, y toda la instrucción, recordatorios, experiencias, demostraciones, cantar los cánticos juntos y el amor de los hermanos al compartir reencuentros y momentos gratos con todos. Eso se extraña mucho.

Mientras tanto, esta salud no da tregua. Siempre hay algo nuevo. He estado con mucha fiebre, sin causa aparente. Temo que al estar bajando las dosis de corticoides la inflamación interna se esté activando más.También la hipertensión arterial está molestando: por el aneurisma de aorta ascendente que tengo, hay que mantenerla en 10/6, con 55 de frecuencia cardiaca…y hubo días con 17/9 y mucho más de 100 latidos por minuto, a pesar de la medicación. Tengo que ir en estos días al hospital a que me vea todo el equipo médico que pidió mi traslado a Buenos Aires. Ya les dije que sólo voy a ir a saludar y control…nada de internaciones.
Estoy tan cansada de estudios y remedios que opté por la Homeopatía. Sólo quiero algo de alivio para poder aguantar lo poquito que le queda al sistema.
Mientras tanto, la esperanza es bálsamo a la mente y mantiene limpia y abierta de par en par la ventana que nos deja ver anticipos del paraíso.

Al principio cité a una poetisa uruguaya. Ahora, otra poetisa uruguaya, pero que usó su vida en el servicio misional, nos invita a disfrutar de estos

FLASHES DEL FUTURO

¿Te gusta como a mí, dejar vagar la mente,
imaginando gratas bienvenidas
y furtivos encuentros no planeados,
en las sendas del nuevo paraíso
que ya existe en nosotros arraigado?

Allí no habrá jamás una partida que llorar,
como hecho irremediable,
ni un anhelo legítimo tronchado,
ni una ilusión con pena despedida,
ni un cariño profundo renegado
porque se tornó en fraude y en desprecio,
ni el nombre de un amigo rebajado
al nivel de lo absurdo y de lo necio.

Ha de ser fascinante recorrer los caminos
y encontrarse con tantos felices rescatados
conservados vivos por decreto divino,
y saber que ya nunca habrá una fuerza extraña
que los arrastre afuera, rendidos, maniatados.
Vendrá el amigo fiel de tiempos idos
para decirte con su tierno abrazo:
—Jehová en su gran amor nos ha salvado,
y hoy estamos aquí, querido hermano,
por el poder de su invencible brazo,
bajo la sombra de su santa mano.

Gozaremos de días inefables,
cuando el Seol libere a sus cautivos,
porque Dios los restaura a sus lugares.
Al estrecharlos y palparlos vivos,
parecerá que hasta la tierra canta,
y en el fervor de tan sentido abrazo,
creerás que estás sondeando el infinito,
o estás midiendo el cielo con tus brazos.

Álef Guímel - Abril 1994
(Del libro “Ramas y Nidos”)


¡Cuánto consuelo en nuestra esperanza! Realmente es ancla del alma.

Voy a cerrar los ojos para ver.
Ver lo que el mundo ignora y
para nosotros es realidad tangible.
Tangible, sí. Es tan real la esperanza
que puedo sentir la brisa fresca
que acaricia el rostro,
que lo limpia de toda lágrima,
Que trae perfumes de silvestres flores,
y el canto alegre de gaviotas que a la playa bajan.
Tangible, como este mar inmenso
que arrulla el alma.
Como esas montañas pintadas
de verdes distintos,
besadas de rocío,
y que tanta vida albergan.
Tangible…como esos senderos
que se adentran por el vasto jardín
que la tierra cubre…
como este sendero que a tu puerta lleva …
y aquí estoy...trayéndote a los que amo
para compartir con los tuyos,
pues una sola familia somos,
adorando eternamente al Padre Amado
que por el sacrificio de su Hijo nos rescató
y el Paraíso nos regaló.

Dáleth
09-06-10

Sí…de verdad espero estar un día ante tu puerta con mi familia, sentados a la sombra de los árboles, se escurrirán las horas en gratas conversaciones…¿me esperas?...