
"Sembremos, que en algún lugar nos bendecirá la lluvia", José Narosky. Ésa es una buena premisa para aplicarla en toda faceta de la vida, pero sin duda, aplicada al ministerio cobra un brillo especial. Muchas veces los resultados aparentes de nuestra siembra espiritual no son muy deslumbrantes y todo lo efectivos que nos gustaría que fueran. Pero seguimos sembrando, mientras Jehová permita tiempo…no sabemos cuál será el resultado definitivo de lo que podamos haber sembrado en el corazón de quiénes tuvimos el privilegio en algún momento de enseñarles el Nombre del Supremo y sus propósitos.
Ése es el sentimiento cuando recuerdo a los niños que llenaban nuestra casita y jardín hace algunos años atrás. Permítanme contarles esta página especialmente dulce y amada para mi. En un mensaje anterior les comentaba del jardín que teníamos en nuestra anterior casita, en una ciudad vecina. Aunque fue un tiempo de remisión de la enfermedad, no estaba bien, solo “menos peor”. Pero podía caminar más y hacer algunas cosas, como cocinar y atender algo el jardín, entre otras cosas. Por un tiempo nos acompañó una hermanita y fue de gran ayuda, pero cuando se fue tuve nuevos ayudantes jardineros.
La casita era pequeña, y debido a mi discapacidad me permitieron escoger la ubicación, tenia que ser de fácil acceso, así es que estaba en el centro de un nuevo barrio de unas 360 viviendas. Estaba en una esquina de la plaza principal y en un principio, donde terminaba la vereda, empezaba la plaza, sin calle de por medio. Fue un tiempo bonito, porque al fin podía ver correr a Damita, para entonces de unos 7 añitos, siempre había estado en la cama al lado mío, en casa de mis padres, y ahora tenia toda una plaza de patio para jugar y correr.
El problema era que, como se llenaba de niños que iban a jugar al fútbol, la pelota solía terminar en medio de mis plantas…o de la cocina si tenia la puerta abierta. Así nunca podría tener un jardín frente a casa. Pero a la plaza no iban solo los niños del barrio, sino también de barrios circundantes donde lamentablemente, había mucha pobreza y delincuencia y se producía un marcado contraste entre unos y otros y no eran pocas las peleas que se armaban, muchas de las cuales terminaban envolviendo a los padres.
Para evitar que cuando jugasen al fútbol no hicieran el arco frente a la puerta de casa, tuve que armarme de gran paciencia, con oración e ir en medio de ellos y hablarles y pedirles por favor que se corrieran un poco. Como los trataba con cariño, les conversaba, les preguntaba sus nombres, y donde vivían y qué cosas les gustaban, de a poco fueron haciéndome más caso y ya venían a casa a visitarme luego de sus horas de escuela y juego. En poco tiempo, ya los tenía colgados, literalmente, del cuello y se me apegaron mucho. Siempre trataba de dedicarles tiempo para escucharlos, la mayoría tenía historias muy tristes con ambientes familiares marcados por la violencia, el alcohol y la pobreza.
Cada vez que salía a regar las plantas, se peleaban porque querían hacerlo ellos, así es que se turnaban para regar, todos querían participar, en todo: en podar las rosas, en sacar los yuyitos. Hasta hacerme las compras si estaba sola. Fueron una gran ayuda, y en gran parte, gracias a su cuidado, era la única casita frente a la plaza que estaba llena de flores, no dejaban que nadie se acercara a dañarlas y eran capaces de pelear si alguien cortaba una flor. Pero no tenían reparos en cortarlas de cualquier otro lado y siempre me traían flores.
Pero, lo más importante, es que mientras cuidábamos el jardín, iba sembrando en ellos otras semillas, imperecederas, las semillas de la verdad y enseñándoles a conocer y amar a Jehová. Les encantaba que les leyera el libro Historias Bíblicas y era habitual sentarse en la vereda y leer para unos 12 niños o más. Logramos establecer estudios definidos con 8 de ellos, sin contar a sus hermanitos que se sumaban. Claro, antes de formalizar un estudio ya había hablado muchas veces con sus padres, ellos estaban muy contentos, pero decían que no tenían tiempo para estudiar, pero que los chicos sí.
Fue un placer ver que crecían espiritualmente también y que nos acompañaran a las reuniones cada vez que podían y oírlos comentar, y un gozo inmenso verlos en la Conmemoración. Los muchachitos les pidieron camisas y corbatas a sus padres, primos, hermanos. De más está decir que varias corbatas de Waldo la heredaron ellos.
Hasta ahora me emociono cuando recuerdo cómo corrían detrás del ómnibus si veían que yo venía y estaba a una cuadra para bajar, ellos corrían por atrás y hasta llegaban primero a la parada y querían ayudarme a bajar y se colgaban a los besos y abrazos y acompañaban hasta la casa, casi sin dejarme caminar por lo abrazaditos. Recuerdo que el chofer una vez al verlos, me preguntó:
-“¿Qué les da…caramelos?”
Lo miré sonriendo y le respondí
– “No… Cariño”.
Sí, cuánta necesidad de cariño tenían. Y yo de dárselos.
Son muchísimas las anécdotas con ellos, realmente, no solo les impartimos las buenas nuevas, sino nuestras almas y llegaron a sernos amados de un modo muy especial en vista de sus circunstancias.Pero eran chicos, y no tenían el apoyo y contención espiritual de sus familias. Cuando tuvimos que regresar a casa de mis padres al empeorar mi salud, fue un duelo, más que despedida de ellos. Hice arreglos para que siguieran estudiando con otras hermanas y hermanos, pero con el tiempo descontinuaron el estudio. Era comprensible en vista de su entorno, de ser chicos y de remar solos.
Solo espero que, las semillas sembradas en el corazón, en algún momento vuelvan a germinar y busquen a Jehová nuevamente ahora que ya están grandes.
Pero el vínculo de amor que se forjó con ellos, sigue intacto. Algunos, a veces se cruzan toda la ciudad para vernos, como Clarisa, que siempre que puede viene a quedarse unos días en casa, es una hermana para Damita. Otras veces llaman por teléfono. Una de esas llamadas que me conmovió profundamente, fue la de Marquitos, quien ahora ya tiene dos hijitos aunque es muy joven aún, (cuando niño era uno de lo más rebeldes del grupo, pero llegó a apegarse mucho).
Hace poco me llamó y me dijo: “Lo que usted ha hecho por nosotros no lo ha hecho nadie, y eso nunca nos vamos a olvidar, para nosotros es nuestra madre”.
El haberlos conocido, tratado, enseñado y amado ha sido una bendición muy enriquecedora en mi vida, uno de los tesoros más valiosos que guarda el corazón.
Con todas las personas que estudié, pero especialmente con estos niños, 1 Tesalonicenses 2:7-8 es especial y particularmente cierto: “Nos hicimos amables en medio de ustedes, como cuando una madre que cría acaricia a sus propios hijos. Así, teniéndoles tierno cariño, nos fue de mucho agrado impartirles, no solo las buenas nuevas de Dios, sino también nuestras propias almas, porque ustedes llegaron a sernos amados.”
¡Qué bendito es nuestro ministerio! Que siempre recordemos que
LA SIEMBRA ESTÁ EN TUS MANOS
Guarda como un tesoro las semillas
que Dios puso en tus manos,
y busca diligente a los que han de apreciarlas.
El tiempo es muy escaso,
que no se escurra en vano.
Es urgente la siembra
y es mandato del cielo defenderla.
Hay que ayudar a muchos
que andan a ciegas sin reconocerla.
No dejes que las aves devoren la simiente
antes que eche raíz y se haga fuerte.
La están necesitando multitudes
que caminan al borde del foso de la muerte.
Se alza un canto de gozo entre los sembradores.
El surco está bendito para abrigar el grano.
Jehová lo ve de arriba y lo ayuda a crecer.
Hallarás mentes miopes que cerrarán los ojos
pues la luz les molesta y no quieren creer.
Pero hay otros orando en las densas tinieblas
esperando el mensaje que los ayude a ver.
No los pases por alto y jamás los ignores.
Extiéndeles la mano sin ningún titubear.
Los ángeles observan, deja que ellos te usen.
El tiempo de la siembra ya se está terminando,
luego vendrá el sublime premio de cosechar.
Aquellos cuyas manos se aferran a las tuyas,
Aquellos cuyas manos se aferran a las tuyas,
buscando un rumbo cierto y sana orientación,
serán en el milenio tus amigos eternos,
bebiendo el agua pura del río de la vida,
nutridos por la misma fuente de inspiración.
Álef Guímel – Octubre 1997
(Del libro “Ramas y Nidos”)
Gracias por permitirme compartir estos recuerdos atesorados, mientras seguimos buscando maneras de sembrar, con las palabras de Eclesiastés 11:6 brillantes en la mente:
“Por la mañana siembra tu semilla, y hasta el atardecer no dejes descansar la mano; pues no sabes dónde tendrá éxito esto, aquí o allí, o si ambos a la par serán buenos.”