Hay una herida muy honda en el corazón estos días, desde ayer sigue clavada la daga. Dolerá…pero sé que sanará al debido tiempo…del Señor del Tiempo.
Esa herida tiene un nombre. Se llama Rusia. Tan sólo nombrarla se estruja el corazón y se agolpan las emociones por el amor sin fronteras que nos une a los fieles que en esa tierra lejana y bella portan el Nombre más hermoso, el del Todopoderoso: Jehová.
Aunque duele el golpe, no es algo que sorprenda. Cristo mismo nos lo anticipó: “Si ellos me han perseguido a mí, a ustedes también los perseguirán.” (Juan 15:20)
Y nosotros sabemos bien cómo sigue la historia, cómo irán encajando de a poco los acontecimientos como las piezas de un inmenso rompecabezas, hasta tener el cuadro completo: ese día luminoso, único e irrepetible en que de manera definitiva y eterna se cumplan estas palabras del Excelso: “Ciertamente me engrandeceré y me santificaré y me daré a conocer delante de los ojos de muchas naciones; y tendrán que saber que yo soy Jehová.” (Ezequiel 38:23).
Mientras ese día ansiado llegue, sabemos que no será fácil el camino, más nunca Jehová nos dejará sin salida ni fuerzas para aguantar lo que sigue.
No he podido dejar de pensar en lo doloroso que será para nuestros amados hermanos rusos ver que extraños entren a Betel a despojarlos, momentáneamente, de ese lugar tan especial entre nuestros lugares de adoración.
Recordé algo que escribió una querida misionera uruguaya que residía en el Betel de Argentina al tiempo de la proscripción a nuestra obra aquí en 1976.
Nuestros hermanos betelitas rusos quizás sentirán sus emociones reflejadas en estas palabras:
Betel en cautiverio
Aquella mañana de septiembre, los que vinieron a cercarla se levantaron antes que el sol. Se adelantaron a su luz, se identificaron con las tinieblas.
Era un pasaje más de nuestra guerra. La dejaron amordazada, apaleada e inmóvil. Así la vimos cuando salimos a reconocer el daño. Así quedó, prisionera en su propio predio.
Tuvimos que alejarnos de ella con el dolor de los que miran a una mujer hermosa, resplandeciente en dignidad, encadenada y entumecida, sin poder liberarla.
Pensaron que por sus heridas se le iba a escapar la vida. Lo que Dios ha creado se modifica en apariencia, pero no en substancia; se transforma, pero no se pierde, desaparece de la superficie, pero sigue integrado al conjunto. Es lo mismo que sucede en el bosque: lo que cae a tierra es absorbido y usado nuevamente.
Cada átomo tiene un destino y una razón de ser. Lo que muere alimenta a lo que queda en pie.
Los que la agraviaron atravesando sus puertas con papeles sellados no saben que sus paredes cantan al mínimo roce. Conservan la voz de los ungidos y las palabras de gratitud de muchos futuros herederos de la tierra.
Estábamos acostumbrados a su pulso saludable y a los latidos intensos de su corazón. Ahora, al volver a ella, la encontramos abatida y silenciosa. Su respiración apenas se percibe. Sus pulsaciones han disminuido. La incertidumbre ha profundizado sus ojeras.
Añora a los hijos jóvenes que apoyaban la cabeza sobre sus rodillas. Sueña con el día en que volverán para quedarse. Sabe que la mirarán con amor, animándola a incorporase y a sacudir el polvo de sus ropas. Sabe que recobrará su andar apoyada en los brazos de ellos. Mientras tanto espera, sin proferir un quejido, sin un gesto de rebeldía.
Las bandadas de palomas que el cartero soltaba en sus puertas cada día hoy huyen en distintas direcciones.
Los que venían a beber sus aguas surgentes hoy tienen que buscarlas en napas subterráneas.
Hasta su silencio y su inercia infunden inspiración. Sus cicatrices son un sello de belleza y un certificado de integridad.
Los hijos encuentran hermosa a su madre envejecida porque leen un renglón de historia en cada surco de su rostro. Nosotros amamos en ella la sombra del pasado y el resplandor del futuro.
Álef Guímel
Este dolor será muy breve. Esta herida no durará para siempre. Pronto será enmendada con creces. Mientras tanto, seguimos adelante…Absolutamente convencidos y con la total certeza de que nada ni nadie puede detener el propósito eterno de Jehová, ni separarnos de su amor y el de su Hijo, como lo expresara tan sublimemente bajo inspiración el apóstol Pablo:
“¿Quién nos separará del amor del Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? Así como está escrito: “Por tu causa se nos hace morir todo el día,
se nos ha tenido por ovejas para degollación”.
Al contrario, en todas estas cosas estamos saliendo completamente victoriosos mediante el que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor.”
(Romanos 8:35-39)
"Esto es lo que ha dicho el Señor Soberano, Jehová de los ejércitos:
“No tengas miedo, oh pueblo mío [ ]a causa del asirio, que con la vara [te] golpeaba, y que alzaba contra ti su propio bastón de la manera como lo hizo Egipto. Porque todavía un rato muy corto...
y la denunciación se habrá acabado,
y mi cólera, al desgastarse ellos."
(Isaías 10:24,25)