Señor arquitecto, le
encargo mi casa.
dibuje en los planos
ventanas muy amplias
que muestren la vida
que se mueve afuera,
el cielo y las nubes,
la gente que pasa.
Quiero una terraza
desde donde pueda
mirar las estrellas,
y un sótano extenso,
para guardar cosas
queridas por viejas.
Yo voy a ayudarle
a llenar las vigas de
espeso cemento.
Que queden bien
firmes
aunque el suelo
tiemble, aunque brame el viento.
No ansío una casa
en la que me encierre
mirando hacia adentro,
ignorando el frío que
sufren afuera
porque no lo siento.
Haga un balcón grande
donde auscultar pueda
el latir del tiempo.
Que lleguen las ondas
sonoras que viajan
con mensajes puros
del espacio eterno.
No he deseado nunca
vivir en la casa que
edifica el necio,
riendo sin tregua
mientras otros lloran,
contando monedas
mientras otros oran.
En el patio abierto
voy a plantar parras
y un pino que atraiga
las aves del cielo
a sus nobles ramas.
No se necesitan cajas
empotradas
ni cofres secretos.
Lo mejor que tengo,
ya está a buen
resguardo pues lo llevo dentro.
En cuanto a ese hueco
que queda en el medio,
podría ser un vasto
salón de reuniones
para largas charlas,
para evocaciones.
Señale en el techo
el lugar de una
lámpara blanca
que su luz inexhausta
derrame,
duplicando los días
que huyen
en espejos de nítida imagen.
Es en esa sala donde
me propongo
tener un reencuentro
con todos los rostros
que se han asomado,
tanto de los vivos
como de los muertos,
en distintos marcos, en
distintas horas,
a mirar mi vida.
No solo los gratos y
los amigables,
no solo los dulces y
los comprensivos
También hubo otros,
quizá por mi culpa,
que se separaron con
un gesto esquivo.
¡Qué placer exquisito
sería
recibirlos y verlos
de nuevo,
sin ninguna raíz de
amargura,
limados y suaves,
pulidos y tersos,
menguados en bríos,
igual que esas
piedras
que va redondeando el
vaivén del río!
Y que me dijeran:
-Tú también con el
tiempo has cambiado;
tu amistad es un
ánfora fresca
donde el labio descansa confiado
en busca del agua que
anima y refresca.
Por eso le digo,
señor arquitecto,
no dibuje una casa
mezquina
en que se calcule
todo lo que cabe;
reservada, austera,
que parezca un arca
de antaño cerrada,
en que fuera inútil
probar cualquier llave.
Que sea mucho más
que un hogar de
tantos que al pasar se olvidan.
Que a el vuelvan
siempre los que aman la vida,
los que Dios bendice,
porque siembran paz.
Álef
Guímel
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