Oración
Jehová de
los ejércitos celestiales, victoriosos;
¡qué
nobles pensamientos tu nombre hace surgir!
Conmemora
un pasado de recuerdos gloriosos
y
descorre el magnífico telón del porvenir.
El sin
fin del espacio cabe en tu honda mirada.
Tú sabes
en qué punto terminan las estrellas.
No hay
cosa que a tus ojos permanezca ignorada;
tú mides
nuestros pasos y escrutas nuestras huellas.
En el
cauto equilibrio que tu firmeza inspira
nos
sentimos confiados tu mensaje al llevar.
Tú que
nos diste ojos, ciertamente nos miras;
tú que
nos diste boca nos has de dar qué hablar.
Danos la
blanda y dócil propiedad de la arcilla
que
responde a la mano viril que la modela.
Que no
haya entre nosotros cerviz que no se humilla
ni vaso
inadaptado que a tu afán se rebela.
La tierra
que adornaste como una bella insignia
que
acredita tu mérito de Hacedor magistral,
se mueve
en el espacio teñida de ignominia,
como una
mancha innoble en la pureza astral.
Por ella
caminamos entre ríos de gente
que a lo
vil llaman bueno y aplauden lo soez,
y es
gravoso ejercicio sustraer nuestra mente
del lodo
y la resaca que huellan nuestros pies.
Que la
visión certera del nuevo Paraíso
de
trigales maduros y de huertos en flor,
nos
aliente en la espera y en el andar sumiso,
mientras
que la tormenta se extiende en derredor.
Un día
nuestros muertos se alzarán deslumbrados
y con sus
ojos nuevos explorarán la tierra.
No habrá
cuerpos deformes ni campos calcinados,
ni escombros,
ni gemidos, ni metralla, ni guerra.
Unidos,
por tu espíritu enfrentamos las pruebas
que tu
amorosa mano controla y dosifica.
No
existirá montaña que nuestra fe no mueva
mientras
la acción conjunta te ensalza y te vindica.
El tiempo
que nos queda es medido y escaso.
Tu sello
aprobatorio aprobará la faena,
y no
habrá quien repliegue la fuerza de tu brazo
ni quien
invierta el curso de tu reloj de arena.
Cuando
estalle tu ira, que el mundo bien merece,
y la
tierra vomite la maldad rebalsada,
que no se
halle en tu pueblo ni el miedo que entumece,
ni la
herrumbre del ocio, que corroe y degrada.
Que jamás
olvidemos que si tendremos vida,
será
porque tu Hijo nos amó hasta morir,
pagando
con rubíes de su sangre vertida,
el amor
más costoso que alguien pueda sentir.
Hoy, que
vamos siguiendo a Jesús tenazmente,
nuestra
carnal fatiga se apoya en tu sostén.
Ya te
hemos conocido como el Dios que no miente.
Guárdanos
para siempre en tu presencia. Amén.
Álef Guímel
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nombre - Localización