jueves, 18 de abril de 2019

Un poema para leer, meditar, guardar...y releer...




Oración


Jehová de los ejércitos celestiales, victoriosos;
¡qué nobles pensamientos tu nombre hace surgir!
Conmemora un pasado de recuerdos gloriosos
y descorre el magnífico telón del porvenir.

El sin fin del espacio cabe en tu honda mirada.
Tú sabes en qué punto terminan las estrellas.
No hay cosa que a tus ojos permanezca ignorada;
tú mides nuestros pasos y escrutas nuestras huellas.

En el cauto equilibrio que tu firmeza inspira
nos sentimos confiados tu mensaje al llevar.
Tú que nos diste ojos, ciertamente nos miras;
tú que nos diste boca nos has de dar qué hablar.

Danos la blanda y dócil propiedad de la arcilla
que responde a la mano viril que la modela.
Que no haya entre nosotros cerviz que no se humilla
ni vaso inadaptado que a tu afán se rebela.

La tierra que adornaste como una bella insignia
que acredita tu mérito de Hacedor magistral,
se mueve en el espacio teñida de ignominia,
como una mancha innoble en la pureza astral.

Por ella caminamos entre ríos de gente
que a lo vil llaman bueno y aplauden lo soez,
y es gravoso ejercicio sustraer nuestra mente
del lodo y la resaca que huellan nuestros pies.

Que la visión certera del nuevo Paraíso
de trigales maduros y de huertos en flor,
nos aliente en la espera y en el andar sumiso,
mientras que la tormenta se extiende en derredor.

Un día nuestros muertos se alzarán deslumbrados
y con sus ojos nuevos explorarán la tierra.
No habrá cuerpos deformes ni campos calcinados,
ni escombros, ni gemidos, ni metralla, ni guerra.

Unidos, por tu espíritu enfrentamos las pruebas
que tu amorosa mano controla y dosifica.
No existirá montaña que nuestra fe no mueva
mientras la acción conjunta te ensalza y te vindica.

El tiempo que nos queda es medido y escaso.
Tu sello aprobatorio aprobará la faena,
y no habrá quien repliegue la fuerza de tu brazo
ni quien invierta el curso de tu reloj de arena.

Cuando estalle tu ira, que el mundo bien merece,
y la tierra vomite la maldad rebalsada,
que no se halle en tu pueblo ni el miedo que entumece,
ni la herrumbre del ocio, que corroe y degrada.

Que jamás olvidemos que si tendremos vida,
será porque tu Hijo nos amó hasta morir,
pagando con rubíes de su sangre vertida,
el amor más costoso que alguien pueda sentir.

Hoy, que vamos siguiendo a Jesús tenazmente,
nuestra carnal fatiga se apoya en tu sostén.
Ya te hemos conocido como el Dios que no miente.
Guárdanos para siempre en tu presencia. Amén.


Álef Guímel




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